¿Qué hice? (RELATO)

Secuela directa de mi anterior escrito: ¿Qué hago? Primera vez que escribo relatos encadenados. Este tiene un punto aún más experimental que el anterior. 

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Caléndula de octubre:

Las manos le temblaban mientras apuntaba el cuchillo al pecho del chico, quién profundamente dormido no notaba el peligro al que se exponía. Ella respiraba con agitación, la cabellera dispersa como una fiera. Los iris contraídos acusaban al amante entre las sabanas. «La guerra terminó hace mucho tiempo», los recuerdos la intentaban disuadir de cometer tal crimen. La hoja bajó en un destello, hundiéndose en la profundidad de la noche. 

Violeta de febrero:

Fue su luz la que la sacó de aquel pantano: un joven de su edad todas las mañanas pasaba por la cafetería a pedir un expreso y le dedicaba una sonrisa de soslayo. Parecía decirle: «¡Anímate!» No la evitaba como el resto de los clientes. Poco a poco agarraron confianza, tenían largas charlas matutinas. Él la hacía reír, distraerse de su tormento. En algún momento el sentarse en esa cafetería a llorar se convirtió en ir para verlo a él. 

Crisantemo de noviembre:

—¡No estoy loca, sáquenme de aquí! —Los gritos de la mujer calaban en los barrotes, haciéndolos vibrar. Repetía una y otra vez que todo lo que hizo fue justicia, que actuó por amor. Pedía que le regresaran a aquel que murió en la guerra. 

Lirios de mayo:

El amor surgió tal como un río surge de una montaña; y con la misma fuerza e intensidad. Los tórtolos andaban cogidos de la mano como un par de adolescentes, con sonrisas de oreja a oreja. Contagiaban de su felicidad a cualquiera. Ella le confesó que en realidad no le gustaba tanto el café, y él a cambio le contó que es un ex-soldado que huyó del país rival tras acabar la guerra. Sentía como si se hubiese reencontrado con su amor perdido. Los cielos le concedieron una segunda oportunidad para volver a soñar, volver a reír, volver a amar. 

Rosa de junio:

Pero los cielos son caprichosos; los días soleados pueden convertirse fácilmente en tempestad. Acomodando las pertenencias de su pareja en la casa donde vivirían juntos, encontró en un estuche una alianza muy particular, inconfundible a sus ojos. Levantó la mano derecha y comparó el accesorio con el anillo en su anular —el chico había robado la prenda de un soldado abatido en el campo de batalla—. Lágrimas volvieron a correrle por las mejillas. Encontró de nuevo el amor, solo para descubrir al causante de su mal.

Comentarios

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